Imaginó mil despedidas en aquella amarilla habitación, preparó mil discursos y recaudó ingeniosas respuestas, vivió mil vidas a través de las palabras y escribió otras tantas buscando entender la suya propia, escondió sonrisas y desenterró lágrimas, llantinas nocturnas que causaban dolores de cabeza solo tratables con paracetamol. Tomó tilas y valerianas, tratando de encontrar el sueño. Se esforzó en ser feliz y a cambio se sintió manipulada, sola y estúpida. Buscó salidas, puntos y apartes, buscó la manera de ser otra, de cambiar su suerte, de olvidad el dolor y comenzar de cero, de remediar errores y repetir aciertos.
Decidió no quedarse allí, alejarse y no volver durante un tiempo, no creer en el destino ni en la suerte, reemplazar caras viejas por otras nuevas, decidió sonreír, no tener tanto miedo, no decaer en la pena, decidió que ya no dependería de la soledad, ser decidida y poder callar bocas, estableció nuevas normas a la vida y obligo a la tristeza a hacer las maletas. Decretó ser valiente, chillar cuando la pena la ahogara, no confiar en los prejuicios y no abusar de las promesas.
Encontró su lugar alejándose de todo aquello, pasando páginas hasta encontrar la adecuada para comenzar de nuevo. Y, aunque aún es pronto para firmar un contrato de permanencia, por ahora, se conforma con el contrato temporal.
