viernes, 27 de febrero de 2015

Violeta


Entretejía con delicadeza las palabras, igual que entretejía los ovillos de lana, creando monólogos que abrigaban del intenso frío que producían las preguntas sin respuestas y las tristezas que se empañan en alcohol. Se había convertido en una experta en desgracias ajenas, pero siempre era demasiado pronto como para asumir las suyas propias. Y, por ello, se entretenía tejiendo a través de la ventana, esperando, con paciencia y quietud, el ajetreo de su insulsa existencia.
A veces, en medio del caos de vida que llevaba, dejaba resbalar una lágrima tímida por sus mejillas, que se evaporaba rápidamente gracias a la elevada temperatura de su hogar. Otras, sonreía con su sonrisa serena, recordando los viejos momentos, que atesoraba en el fondo de su corazón, allí donde tenía  prohibido rebuscar. Algunas tardes, cerraba los ojos y se quedaba dormida, aburrida ya de esperar, y, cuando despertaba, buscaba con sus grandes ojos, alguna novedad tras esas cuatro paredes de hormigón. Y volvía a caer rendida, presa del sueño y el hastío cuando comprobaba que todo seguía igual.
De pequeña odiaba tanto la rutina como las fresas, pero la vida la ha dado tantos revolcones, que ahora todas las noches, cena yogur de fresa, cerrando de este modo, un día parecido, igual que otros tantos que lo precedieron, pero que sin embargo, todos en sí mismos, son distintos. Porque las horas pasan, y los críos que juegan abajo en el parque, cada vez son más mayores-y gamberros-piensa. Pero aquel pensamiento se evapora en un minuto, como otros tantos.
Y ella se ha olvidado por qué odia las rosas y prefiere las violetas, y, también se ha olvidado de donde queda el supermercado más cercano, o de cuál es la cantidad exacta de harina para hacer unas croquetas. En el fondo, todos creen que se ha olvidado a sí misma, todos menos ella, que aún sigue tejiendo una bufanda cada invierno para cada uno de sus nietos, y que echa de menos las violetas que encontraba en el alféizar de la ventana, pero no recuerda la razón por la que estaban ahí, y no lo pregunta, porque cuando lo responden, se la olvida qué ha preguntado.
Últimamente sólo hace bufandas violetas, solo pide color violeta cuando, sus hijos la preguntan si necesita algo porque bajan a la calle. Ella, desde hace unos días, solo pregunta la hora y el día, y se limita a observar por la ventana, porque él se retrasa. Y no logra a comprender, por qué su hijo la sujeta la mano con la mirada pesarosa cuando contempla a la gente ir y venir, subir y bajar, vivir.
-Creo que mamá ha empeorado, la enfermera dice que ya solo utiliza el color morado y que solo mira por la ventana.
-Yo creo que deberíamos decírselo, Ana, mamá tiene derecho a saberlo.
-Mama no recuerda ni su nombre, si le dices que papa ha muerto, te va a pedir que le esperemos, que no podemos cenar sin papa.
-Pero al menos lo sabe
Ella mira las caras de tristeza y lee los labios, pero no logra comprender lo mucho o lo poco que las palabras que musitan, significan. Y, por un momento, la da rabia, porque ella trabajaba de los silencios, porque ella siempre ha sido mejor observadora de realidades, que costurera de acciones.
-Mama-musita aquel muchacho desde la entrada-Ana y yo, tenemos que decirte algo
Y ella piensa que se parece mucho a él, quizá sea su hermano, porque él es un poco más alto y tiene otra sonrisa, más grande, blanquecina y con hoyuelos.
-Papa no va a volver-continua, mientras ella busca la razón de por qué de aquel  pobre hombre no iba a volver, y, sin entender por completo el sentido de aquellas breves palabras, desliza la vista hacia el reloj del salón y continua con su bufanda.
Tres horas más tarde, se sienta en su mecedora y balancea su cuerpo de adelante para atrás, mientras espera que la enfermera la prepare su yogurt de fresa, y reza para que él venga antes a sacarla a bailar, como cuando eran jóvenes, y pretendían comerse el mundo de un bocado, aunque se quedasen sin aire.
Y de repente, los recuerdos se la amontonan, y su cerebro despierta una vez más.
-Te he comprado violetas, para que luego digas que no me acuerdo de nuestro aniversario.
-Es que no te acuerdas-Replicó
-No sé cómo lo haces, pero siempre te acuerdas de todo
-No creas, a veces, me olvido de ti, sobre todo cuando llegas una hora tarde a buscarme para salir a bailar.
Él río-Mentirosa, tú no te olvidas de nada
-Como me olvide yo, con la memoria que tú tienes, queda olvidado para siempre-Bromeó
-Mira que eres..., si yo me acuerdo de cosas, ves te he traído violetas porque odias las rosas, porque la última vez que te traje rosas te picaste con las espinas
Ella frunció el ceño-Hombre, no quitas las espinas, ¿Cómo quieres que sepa que las tienen?
Él sonríe y roza con la yema de los dedos sus mofletes-¿Pero ves? Ya solo te traigo violetas
Ella mira su sonrisa y se enamora, una vez más de ella-Fueron la flor que me regalaste cuando me dijiste que me querías
-Sabes… a veces creo que me he casado con una tía rarísima que…
-A la que quieres-Le interrumpió
-¿Si digo que te quiero, también vas a recordármelo dentro de unos meses?-
-Eso es, por eso me gustan las violetas-Musita-Espero que las traiga hoy, que es nuestro aniversario y me quiero ir a bailar

Y, tras un suspiro, sus recuerdos vuelven a desaparecer.

domingo, 18 de mayo de 2014

Hate him



-Entiendo sus razonamientos, es más, si no fuese yo la que siente esto, los compartiría. Son simples, evidentes, sencillos, son una manera de poner algo de lógica a esta historia, son como el punto de la i, así hacen más reconocibles la historia. Pero no son lo suficientemente buenos como para que yo los tenga en cuenta. Yo-Tartamudee-Yo le quería-Afirmé con total autodeterminación-Le quería de una manera difícil de comprender hasta para gente estudiosa como usted, perdóneme, le quería desde el amanecer hasta el anochecer, todos los días, incluso aquellos lluviosos o los nevados, le quería a todas horas, cada segundo del mismo. Quería sus besos, oh, no, esos los amaba, sí, eso es, amaba sus besos, amaba cada cosa absurda que podía amar de él, lo hacía, hasta sus reproches, lo amaba, así de simple, de lógico, así, es sencillo.
-¿Y, él te amaba a ti?
-Esa es una pregunta complicada, no soy él, pero creo que sí, quiero creer que sí. Sería más sencillo si yo pensase que no lo hacía, entonces, el odio y el rencor habitarían en mí y no tendría ningún impedimento en romper las fotos y los recuerdos, sería todo más rápido, supongo.
-Y entonces, ¿Qué pasó?
-Aún no lo sé, he repasado mentalmente cada acción estúpida de las últimas semanas y no encuentro el motivo válido. Nosotros nos queríamos, nos queríamos como se quería antes, con las llamadas diarias, los cafés a las tardes y los regalos en aniversarios y San Valentín, nos queríamos digamos, que de una manera romántica e infantil. No teníamos miedo a nada juntos, y eso es mucho decir, porque soy una cobarde empedernida, pero con él, daba todo menos miedo. Éramos tan felices, y. un día, dejamos de serlo, así de simple y sencillo. Nos convertimos en un pretérito perfecto simple y debíamos seguir cada uno por su lado. Él con su valentía, yo con mis miedos. Y aún no sé cómo hacer para que esto duela menos, para que no se me quiebre la voz cuando hablo de él, cómo seguir siendo la persona que era, sin que él esté dándome la mano, cómo creer que es posible avanzar, si ahora mismo, no me apetece.
-Quizá debas empezar a odiarle-Dijo, mientras clavaba su mirada en el reloj de la pared
-¿Odiarle? ¿Por qué?
-Por desdibujarte, hacer de ti alguien diferente y hacerte creer que ser como él quería que fueses, es mejor que ser como eras. Por fingir que el mundo es sencillo. Por lo que quieras, pero ódiale, ódiale y rompe sus fotos, odiale y olvídale. Eso es, olvídate de él.
-¿Y después?-Pregunté
-Vuelve a ser la que eras.
-¿Así de simple? Vuelvo a ser yo y fin, ¿Así acaba la historia?

-No, olvídalo, vuelve a ser tú y fúgate, fúgate conmigo, así acaba la historia.

jueves, 24 de abril de 2014

Que los te quiero se los lleva el viento




Todas las mañanas despertaba con tus te quiero y con tus abrazos, esperaba con los ojos cerrados que vinieses a mí, con aquella delicadeza humana y te arrojaras a la cama a despertarme de la forma más dulce que se te ocurriese. Entonces, me decías que las princesas de todas las naciones ya estaban despiertas y que yo, tenía que hacer lo propio. Abrías la ventana y dejabas que la luz del sol rozara mis muslos, mientras te quedabas mirando cómo me desperezaba.
                Aprendí durante meses, a compartir el baño, a dejarte la mitad de mi armario y a que, ya que habías entrado, no ibas a salir. Aprendí a cocinar para ti, que odiabas, prácticamente todo lo que yo amaba, pero al final, entre acuerdos, llegamos a un término medio. Aprendí a quererte, sin dejar de quererme a mí misma, sin dejar de ser quién era, con la locura de siempre, contagiando tu formal vida, sonriéndote tras el cristal de tu oficina, y llevándote café los viernes, junto con pastas, para que pudieses llegar antes a casa y pudieses besarme, como solías hacer.
                Y un día, decidiste, que todo lo que había aprendido no era suficiente, que necesitabas algo más, pero eras un cobarde explicándome las palabras exactas para que pudiese entenderlo, eras tan cobarde, que te encerrabas en te quieros, que ni siquiera sé con certeza si llegaste a sentirlos, porque si hubiera sido así, no hubieses desaparecido aquel martes.
                Hoy has vuelto a mí, como un boomerang, que se estrella contra mi pecho y lo hace explotar, hoy me has dicho, por primera vez en meses, que me quieres y que irte fue un error que esperas saber enmendar. Hoy, me has mirado a los ojos por primera vez en meses y me has acariciado la comisura de mis labios y has pretendido besarme. Hoy, por fin, te he mirado a la cara en meses, y las palabras se me agolpaban en la boca, luchando por salir, pero en vez de soltarte un magistral discurso, he enmudecido.
                Te juro que en cualquier momento de esos meses, hubiera dado cualquier parte de mí, para volver a verte, acariciarte, decirte que te quiero y que no te marchases, que aún podíamos luchar, que la vida juntos iba a merecer la pena. Te prometo que no ha habido ninguna noche que no haya pensado en ti, que no hay ni un solo momento en estos días en los que no haya llorado tu marcha. Te prometo que te quise, que te amé con todas mis fuerzas hasta quedarme loca.

Pero no sé con certeza que día dejé de hacerlo, no sé en qué momento, dejé de vernos juntos sentados en el porche con 50 años, ni en qué momento dejé de poner tus apellidos a mis hijos, ni a fantasear contigo viéndome en el altar. Ojalá supiese cuando la magia se agotó en mí y cuando todo se acabó. Pero te prometo, que hoy he visto tus ojos y no he sentido ganas de besarte, ni de decirte te quiero, ni siquiera de preguntarte un ¿Por qué? que durante tanto tiempo me torturó, hoy sé que ya no puedo seguir mintiéndome y obcecarme en ti. Hoy he de emprender sola mi vuelo y esta vez, ni siquiera, me da miedo el despegue. 

lunes, 14 de abril de 2014

Listen to me.

      


 Aún puedo oír tus gritos incesantes desde la cocina, aún puedo distinguir entre mil la palma de tus manos, y la versatilidad de tus oraciones, aún hoy, reconozco tu perfume y sigo luchando gracias a las esperanzas que cada día tú me das y detonan en mi pecho haciéndome cada vez más pequeña.
Aún hoy puedo sentir tus labios susurrándome al oído las promesas que ambos fingíamos que serían eternas,  oigo desvanecerse el mundo, pero poco me importa, porque ya no puedo aferrarme a tu pecho y prometerte que todo va a salir bien.
Aún hoy puedo observar cómo eliges tu camisa preferida y me juras que este trabajo será diferente, como te despides de mí, entre prisas y caricias, pidiéndome que te espere despierta, por si todo saliera mal.
Yo tenía pensado prepararte aquel plato que te gusta tanto, ese que siempre pides en nuestro aniversario y te resistes a que yo pruebe ni siquiera un trozo. Había planeado durante semanas cada segundo de ese día, para que fuese perfecto, para que cuando llegases a casa, sonrieses y me dijeses que me querías, y que no dudases ni un segundo en querer estar conmigo el resto del tiempo que nos quedase de vida.
Recuerdo oír cerrarse la puerta de un portazo tras tu último te quiero, y, como yo recogí el móvil del aparador del salón. Recuerdo chillar tu nombre en la ventana, y cómo parecías no oírme. Recuerdo que bajé de dos en dos las escaleras, pronunciándolo entre gritos y carcajadas. Recuerdo abrir la puerta del portal y verte subido en el coche mientras me sonreías.
Recuerdo cómo de repente, dejaste de hacerlo y comenzaste a gritar.
Recuerdo que no te oía y me burlaba de la brusquedad de tus brazos, agitándose sin cesar. Me acuerdo de cómo miré hacia atrás y vi el coche abalanzarse hacia mí, tan de repente. Y, entonces, cerré los ojos como en un suspiro y me abandoné.
Escucho todos los días la pesadez de tus piernas al entrar en la habitación, escucho, como prometes no dejarme sola y te culpas de cada decisión estúpida de ese día. Escucho como los médicos te dan esperanzas cada mañana, y, sin verte, puedo ver tu alegría y tu sonrisa. Siento tus besos cada día, y he aprendido a diferenciar los tuyos de entre los mil que cada semana percibo. Igual que un día aprendí a diferenciar tus caricias de las del resto de la gente.
Pero, hace meses que ya no te escucho entrar por la puerta, que no eres tú el que corre las cortinas cada vez que sale el sol, ni eres tú el que me acaricia, ni el que me promete que estará aquí cuando despierte, no sé dónde estás, y no puedo ir a buscarte.  Y quiero decirte que te quiero, que no he dejado de hacerlo nunca, y que nada fue culpa tuya, que nunca me hiciste daño, aunque te lo he echado en cara tantas veces, que posiblemente, no me creerás.
Y por encima de todo quiero darte un beso, de despedida, y prometerte que te cuidaré allá donde el viento me llevé (y te lleve), susurrarte que te cuides, que continúes peleando, como me enseñaste a hacerlo. Que te permitas quererla, sin culpabilidad, sin odiarte a ti mismo, ni al destino. Y me dejes partir, con la misma sonrisa que prometiste proteger y que jamás desvaneciste.

jueves, 18 de abril de 2013

Hapinness


                


              Según la Real Academia de la lengua Española, la felicidad es un estado anímico que se complace con la posesión de un bien. Todos aspiramos a ella, desde que oímos que existe y creemos que es eterna, que una vez que se obtiene, jamás se escapa, aspiramos a ella en todos los segundos de nuestra vida, esquivando los errores, autoevaluando las acciones, jurándonos no volver a hacernos daño, llevando a cabo conductas cuyo resultado creemos que nos la proporcionará, pero en realidad no existe, la felicidad es simplemente un momento, una fotografía en blanco y negro que nuestro cerebro enmarca como fin, que nos ayuda a creer en la luz los días de oscuridad, que nos da alas, ánimo y valentía y nos impide llorar noche tras noche en la almohada.
                Ella era consciente de que la felicidad no existía, que solo obtendría momentos efímeros y felices que se la escurrirían por los dedos entre las carcajadas, sabía a ciencia cierta que su vida nunca sería un caminito de rosas sin espinas y que en el fondo, al final siempre terminaría lamentándose de alguna decisión errónea que tomaba. Quizá por eso se limitaba más a disfrutar de las 24 horas que tenía el día, que a quejarse de las cosas que ya no tiene, o que no puede tener aún. Por ello también echa la culpa al universo y le concede el poder de determinar su futuro, con un simple “las cosas ocurren por un objetivo”, tanto las penas como las alegrías, así, cada desgracia o cada felicidad que obtiene, les encuentra un por qué, una razón que las hace más especiales y más auténticas. Llora, ha llorado mucho casi lo mismo que ha sufrido, las desgracias la encantan, porque las entiende y podría hacer un máster con ellas, pero no se enmarca en ellas, ella es más alegría que pena, más sonrisa que tristeza, ella es Remény, Toivoa, esperanza, esperanza llena de sueños etéreos que posiblemente nunca lleguen a cumplirse, escenas ficticias enmarcadas en su cabeza que jamás se cumplirán, pero que de vez en cuando se imagina que algún día existan. Ella escribe de penas y la gusta hablar de ellas, porque siente que por eso la ocurrieron a ella, que tanta pena no ha sido en vano y la hace aún más fuerte, poner una mejilla inmensa a las dificultades que la vida la ha expuesto hasta ahora.
                ¿Qué significa la felicidad para ella? Pues demasiadas cosas, no llorar por las noches sola y tenerse que tomar gelocatil para que al día siguiente pueda afrontar con normalidad un día horrible, comer sin engordar, sonreír al menos una vez cada día, sentir que vale para algo, no preocuparse por el peso, comprar ropa bonita en rebajas, sentirse guapa cuando se ve al espejo, que la salgan bien las comidas que hace ella sola, jugar con su familia, bailar, nadar, tomar el sol, que su hermano la diga que la quiere, los abrazos, ver películas románticas hasta las tres y creerse que esos momentos existen de verdad, que se la escapen sonrisas, cerrar los ojos mientras se asoma por la ventana en las noches de tormenta mientras corre la brisa, porque así siente que su mama está más cerca, tumbarse en la cama y reir por cualquier idiotez que la ha ocurrido cada día, escribir whatsapp sin parar porque algo emocionante la ha ocurrido,  las charlas hasta las mil, no estudiar porque van a verla a su habitación porque la echan de menos, hacer locuras con las amigas, no preocuparse del qué dirán, aconsejar, ayudar, ser psicóloga aficionada de sus amigas cuando lo necesitan, tener gente al lado que la quiere, pasar el tiempo con ellos, enfrentarse a sus miedos, superarlos, sentirse querida, sentirse echada en falta, los abrazos, los besos.
                No aspira a la felicidad completa, sabe que no existe, que tendrá tantos momentos malos como buenos, pero que los buenos merecerán más la pena, porque en la cuenta de la vida, valen el doble. Quiere romper con sus novios, pelearse con sus amigas, perder a gente por el camino, suspender, ser despedida, tener que estudiar, los agobios, quedarse sola, llorar, pasarlo mal, ir mil veces al psicólogo porque siente que va a la deriva, que crecerán los problemas, que se sentirá sola, pero antes que eso, por encima de todo, quiere que haya gente en esos momentos que le ayude a hacerlo más llevadero, que sean el agua en sus atragantamientos, sentirse arropada, y poder sonreír con ellos al menos una vez al día. Es consciente que la vida tiene cal, arena, penas, alegrías y migajas de desesperación, que es un coctel mortífero del que nadie ha salido ileso, y la encanta, aunque se queje, la encanta, siente que ha parado suficiente el reloj de su vida y que su cueva era cómoda, pero es mejor la luz, prefiere oír su corazón latir, sufrir, reír, tener experiencias que contar y con las que agobiarse.
Va poco a poco, pero segura para no dar marcha atrás y quitar las pilas de su reloj, por ahora, no se preocupa por los malos momentos que está segura de que afrontará. Porque ahora sí, la tocan sentir escurrir su felicidad por las manos, agotar el tiempo y vivirlo intensamente, llenar álbumes enteros de carcajadas caminar con el corazón abierto, permitirse no ver la caducidad de las relaciones, no tener la necesidad de ponerse barreras, dejarse a sí misma ser feliz, confiar sin tener miedo, disfrutar de su valentía, en definitiva, ahora es el tiempo de hacer el máster en alegrías, aunque posiblemente en las prácticas externas necesite ayuda.
-¿Qué es para ti la felicidad?-Preguntó él enmarcando su mirada en su piel
Ella se levantó y caminó hacia la ventana, rio, cerró los ojos-Vivir, la felicidad para mí es eso, sentir que estoy viva y estar viva es ser feliz, cerrar los ojos por la noche, mientras la brisa mece tus mechones y sonreír, porque estás viva y no hay ningún motivo tan grande como para dejar de estarlo. 

miércoles, 10 de abril de 2013

Alcohol




Agitó el ron con hielo en la barra del bar, mientras el resto movía sus cuerpos al ritmo de la música, rio, nunca obtuvo todo aquello que él quería y le pareció que emborracharse hoy, era lo mejor; hacía meses que no disfrutaba de una buena copa con hielo, del alcohol en sus venas, y la sangre corría por ellas, lo pedía.
                Ingresó en alcohólicos anónimos hacía tres años, cuando la única reserva de comida que guardaba en su nevera era wisky y ginebra. Se acuerda de cada día de la primera copa de vodka y la de wisky, como solía tomarse una copa a media mañana y luego otra dos horas más tarde, recuerda los fracasos a la una de la tarde cuando rompía la promesa de “esta será la última”, cuando borracho se introducía en su cama. Ansiaba tener el valor de dejarlo, de que su mente dejase de pensar que el alcohol era la única solución a sus problemas, ansiaba recuperar cada minuto de vida que había perdido desde que se tomó aquella copa que le hizo olvidarse de que un borracho había acabado con la vida de su mujer y la de su hijo, al atropellarlos en la carretera, nunca pensó que terminaría tan perdido como aquel desgraciado al que maldijo todos los días desde entonces, y deseaba olvidar todo, borrar todos esos años y regresar a aquella última discusión para decir a su mujer un te quiero más, cuidarla, prevenirla, suplicarla que no fuera ella a por el niño, protegerla, como juró hacerlo cuando se casaron.
                Bebió un sorbo de ron y dejó el vaso en la barra, suspiró, autocontrol, bebió otro sorbo, volvió a respirar, pago y se marchó del bar. Hacía menos de un año que estaba sobrio y hoy, los médicos le habían informado de que su cáncer de hígado le consumiría en menos de dos. Necesitaba aquello, demostrarse a sí mismo y a su mujer, que había logrado lo que en silencio prometió arrodillado a los pies de su cama. Rio de nuevo, sabía que dentro de poco, podría volver a decir a su familia, todos los te quieros que aquellas copas de más se los llevaron en mayo.

martes, 9 de abril de 2013

Terror





Aun siente el roce de su piel por la suya, sus violentos movimientos se le han quedado sellados en la piel, se ahoga en el recuerdo. Los ojos en blanco parecen ver de nuevo a su violador encima de ella, teme, gime, chilla, rompe el silencio sin que nadie la auxilie.
Abrió la ventana porque el calor que hacía en su cuarto no la dejaba dormir, cuando sintió su respiración en su oreja, pensó que por fin soplaba el aire en la capital; entonces, él tapó su boca con su mano, mientras con la otra la arrancó las bragas mientras se llevaba su inocencia y su seguridad.  Ella era veneno puro, auntoconfianza, seguridad, valentía, el sufrimiento no la conocía, hasta aquella noche, hasta aquel momento. Le susurró que si no chillaba todo sería mucho más fácil, y ella cerró los ojos, trato de no hacer ruido, creía que así, si lo obviaba nadie sabría nada, lloraba de inconsciencia, y cerraba los ojos para evitar ver su sonrisa de satisfacción en su rostro. Cuando terminó, la dio un golpe en la cara, partiéndola la nariz, agarró su cabeza y la golpeó contra el cabecero, hasta que la sangre corrió por sus mejillas; le oyó reírse de satisfacción y de orgullo. Levantó la cabeza y mientras le veía marcharse por la puerta, la brisa entro de golpe en su auxilio cerrándola y arropándola entre sus brazos.
Ataviada con el pañuelo al cuello y los pantalones largos, camina de su mano por las calles atestadas de gente; los policías comienzan a desfilar delante de ella, mira al número tres a los ojos, con odio, rabia, una mirada enmarcada en los recuerdos, deja sus ojos en blanco y permite que su corazón vuelva a romperse mientras pronuncia un “tres” que la sabe a poco. Suspira, no recupera nada de lo que le quito, su inocencia, su felicidad, su seguridad sigue apresándola él. La sonríe, y ella vuelve a romperse en pedazos, deja de respirar, abandona sus ojos en blanco y se desmaya presa de los recuerdos.
Tres semanas después siente su sudor sobre su piel, sus manos se le han quedado marcadas en la epidermis por mucho que trate de arrancarla, se siente sucia, siente que toda ella está cubierta por una capa viscosa, sudorosa y asquerosa que no es de ella, la debilidad y la desprotección la marcan. Sentada en la bañera contempla el techo de su cuarto, lágrimas desgarran sus rojizos ojos, furia y rabia enmarcan sus palabras, cruentas palabras que muestran la impiedad de los dioses, la música suena por el cuarto, el goticismo de sus uñas refleja lo más oculto de su corazón. Cada grieta de su interior lleva el nombre propio de su violador, se susurra que ojalá la hubiese matado, y que la tachen de cobarde, que la da igual, quiere dejar de ser valiente, abandonarse, morir. Introduce su cabeza en el fondo de la bañera, deja de respirar…