Entretejía con delicadeza las palabras, igual que
entretejía los ovillos de lana, creando monólogos que abrigaban del intenso
frío que producían las preguntas sin respuestas y las tristezas que se empañan
en alcohol. Se había convertido en una experta en desgracias ajenas, pero siempre
era demasiado pronto como para asumir las suyas propias. Y, por ello, se
entretenía tejiendo a través de la ventana, esperando, con paciencia y quietud,
el ajetreo de su insulsa existencia.
A veces, en medio del caos de vida que llevaba,
dejaba resbalar una lágrima tímida por sus mejillas, que se evaporaba
rápidamente gracias a la elevada temperatura de su hogar. Otras, sonreía con su
sonrisa serena, recordando los viejos momentos, que atesoraba en el fondo de su
corazón, allí donde tenía prohibido
rebuscar. Algunas tardes, cerraba los ojos y se quedaba dormida, aburrida ya de
esperar, y, cuando despertaba, buscaba con sus grandes ojos, alguna novedad
tras esas cuatro paredes de hormigón. Y volvía a caer rendida, presa del sueño
y el hastío cuando comprobaba que todo seguía igual.
De pequeña odiaba tanto la rutina como las fresas,
pero la vida la ha dado tantos revolcones, que ahora todas las noches, cena
yogur de fresa, cerrando de este modo, un día parecido, igual que otros tantos
que lo precedieron, pero que sin embargo, todos en sí mismos, son distintos.
Porque las horas pasan, y los críos que juegan abajo en el parque, cada vez son
más mayores-y gamberros-piensa. Pero aquel pensamiento se evapora en un minuto,
como otros tantos.
Y ella se ha olvidado por qué odia las rosas y
prefiere las violetas, y, también se ha olvidado de donde queda el supermercado
más cercano, o de cuál es la cantidad exacta de harina para hacer unas
croquetas. En el fondo, todos creen que se ha olvidado a sí misma, todos menos
ella, que aún sigue tejiendo una bufanda cada invierno para cada uno de sus
nietos, y que echa de menos las violetas que encontraba en el alféizar de la
ventana, pero no recuerda la razón por la que estaban ahí, y no lo pregunta,
porque cuando lo responden, se la olvida qué ha preguntado.
Últimamente sólo hace bufandas violetas, solo pide
color violeta cuando, sus hijos la preguntan si necesita algo porque bajan a la
calle. Ella, desde hace unos días, solo pregunta la hora y el día, y se limita
a observar por la ventana, porque él se retrasa. Y no logra a comprender, por
qué su hijo la sujeta la mano con la mirada pesarosa cuando contempla a la
gente ir y venir, subir y bajar, vivir.
-Creo que mamá ha empeorado, la enfermera dice que
ya solo utiliza el color morado y que solo mira por la ventana.
-Yo creo que deberíamos decírselo, Ana, mamá tiene
derecho a saberlo.
-Mama no recuerda ni su nombre, si le dices que papa
ha muerto, te va a pedir que le esperemos, que no podemos cenar sin papa.
-Pero al menos lo sabe
Ella mira las caras de tristeza y lee los labios,
pero no logra comprender lo mucho o lo poco que las palabras que musitan,
significan. Y, por un momento, la da rabia, porque ella trabajaba de los
silencios, porque ella siempre ha sido mejor observadora de realidades, que
costurera de acciones.
-Mama-musita aquel muchacho desde la entrada-Ana y
yo, tenemos que decirte algo
Y ella piensa que se parece mucho a él, quizá sea su
hermano, porque él es un poco más alto y tiene otra sonrisa, más grande,
blanquecina y con hoyuelos.
-Papa no va a volver-continua, mientras ella busca la
razón de por qué de aquel pobre hombre
no iba a volver, y, sin entender por completo el sentido de aquellas breves
palabras, desliza la vista hacia el reloj del salón y continua con su bufanda.
Tres horas más tarde, se sienta en su mecedora y
balancea su cuerpo de adelante para atrás, mientras espera que la enfermera la
prepare su yogurt de fresa, y reza para que él venga antes a sacarla a bailar,
como cuando eran jóvenes, y pretendían comerse el mundo de un bocado, aunque se
quedasen sin aire.
Y de repente, los recuerdos se la amontonan, y su
cerebro despierta una vez más.
-Te he comprado
violetas, para que luego digas que no me acuerdo de nuestro aniversario.
-Es que no te
acuerdas-Replicó
-No sé cómo lo
haces, pero siempre te acuerdas de todo
-No creas, a
veces, me olvido de ti, sobre todo cuando llegas una hora tarde a buscarme para
salir a bailar.
Él río-Mentirosa, tú no te olvidas de nada
-Como me olvide yo,
con la memoria que tú tienes, queda olvidado para siempre-Bromeó
-Mira que eres...,
si yo me acuerdo de cosas, ves te he traído violetas porque odias las rosas,
porque la última vez que te traje rosas te picaste con las espinas
Ella frunció el ceño-Hombre,
no quitas las espinas, ¿Cómo quieres que sepa que las tienen?
Él sonríe y roza
con la yema de los dedos sus mofletes-¿Pero ves? Ya solo te traigo violetas
Ella mira su
sonrisa y se enamora, una vez más de ella-Fueron la flor que me regalaste cuando
me dijiste que me querías
-Sabes… a veces
creo que me he casado con una tía rarísima que…
-A la que
quieres-Le interrumpió
-¿Si digo que te
quiero, también vas a recordármelo dentro de unos meses?-
-Eso es, por eso me gustan las violetas-Musita-Espero
que las traiga hoy, que es nuestro aniversario y me quiero ir a bailar
Y, tras un suspiro, sus recuerdos vuelven a
desaparecer.