Todas las mañanas despertaba con
tus te quiero y con tus abrazos, esperaba con los ojos cerrados que vinieses a
mí, con aquella delicadeza humana y te arrojaras a la cama a despertarme de la
forma más dulce que se te ocurriese. Entonces, me decías que las princesas de
todas las naciones ya estaban despiertas y que yo, tenía que hacer lo propio.
Abrías la ventana y dejabas que la luz del sol rozara mis muslos, mientras te
quedabas mirando cómo me desperezaba.
Aprendí
durante meses, a compartir el baño, a dejarte la mitad de mi armario y a que,
ya que habías entrado, no ibas a salir. Aprendí a cocinar para ti, que odiabas,
prácticamente todo lo que yo amaba, pero al final, entre acuerdos, llegamos a
un término medio. Aprendí a quererte, sin dejar de quererme a mí misma, sin
dejar de ser quién era, con la locura de siempre, contagiando tu formal vida,
sonriéndote tras el cristal de tu oficina, y llevándote café los viernes, junto
con pastas, para que pudieses llegar antes a casa y pudieses besarme, como solías
hacer.
Y un
día, decidiste, que todo lo que había aprendido no era suficiente, que
necesitabas algo más, pero eras un cobarde explicándome las palabras exactas
para que pudiese entenderlo, eras tan cobarde, que te encerrabas en te quieros,
que ni siquiera sé con certeza si llegaste a sentirlos, porque si hubiera sido
así, no hubieses desaparecido aquel martes.
Hoy has
vuelto a mí, como un boomerang, que se estrella contra mi pecho y lo hace
explotar, hoy me has dicho, por primera vez en meses, que me quieres y que irte
fue un error que esperas saber enmendar. Hoy, me has mirado a los ojos por
primera vez en meses y me has acariciado la comisura de mis labios y has
pretendido besarme. Hoy, por fin, te he mirado a la cara en meses, y las
palabras se me agolpaban en la boca, luchando por salir, pero en vez de
soltarte un magistral discurso, he enmudecido.
Te juro
que en cualquier momento de esos meses, hubiera dado cualquier parte de mí, para
volver a verte, acariciarte, decirte que te quiero y que no te marchases, que
aún podíamos luchar, que la vida juntos iba a merecer la pena. Te prometo que
no ha habido ninguna noche que no haya pensado en ti, que no hay ni un solo
momento en estos días en los que no haya llorado tu marcha. Te prometo que te
quise, que te amé con todas mis fuerzas hasta quedarme loca.
Pero no sé con certeza que día
dejé de hacerlo, no sé en qué momento, dejé de vernos juntos sentados en el
porche con 50 años, ni en qué momento dejé de poner tus apellidos a mis hijos,
ni a fantasear contigo viéndome en el altar. Ojalá supiese cuando la magia se
agotó en mí y cuando todo se acabó. Pero te prometo, que hoy he visto tus ojos
y no he sentido ganas de besarte, ni de decirte te quiero, ni siquiera de
preguntarte un ¿Por qué? que durante tanto tiempo me torturó, hoy sé que ya no
puedo seguir mintiéndome y obcecarme en ti. Hoy he de emprender sola mi vuelo y
esta vez, ni siquiera, me da miedo el despegue.