jueves, 24 de abril de 2014

Que los te quiero se los lleva el viento




Todas las mañanas despertaba con tus te quiero y con tus abrazos, esperaba con los ojos cerrados que vinieses a mí, con aquella delicadeza humana y te arrojaras a la cama a despertarme de la forma más dulce que se te ocurriese. Entonces, me decías que las princesas de todas las naciones ya estaban despiertas y que yo, tenía que hacer lo propio. Abrías la ventana y dejabas que la luz del sol rozara mis muslos, mientras te quedabas mirando cómo me desperezaba.
                Aprendí durante meses, a compartir el baño, a dejarte la mitad de mi armario y a que, ya que habías entrado, no ibas a salir. Aprendí a cocinar para ti, que odiabas, prácticamente todo lo que yo amaba, pero al final, entre acuerdos, llegamos a un término medio. Aprendí a quererte, sin dejar de quererme a mí misma, sin dejar de ser quién era, con la locura de siempre, contagiando tu formal vida, sonriéndote tras el cristal de tu oficina, y llevándote café los viernes, junto con pastas, para que pudieses llegar antes a casa y pudieses besarme, como solías hacer.
                Y un día, decidiste, que todo lo que había aprendido no era suficiente, que necesitabas algo más, pero eras un cobarde explicándome las palabras exactas para que pudiese entenderlo, eras tan cobarde, que te encerrabas en te quieros, que ni siquiera sé con certeza si llegaste a sentirlos, porque si hubiera sido así, no hubieses desaparecido aquel martes.
                Hoy has vuelto a mí, como un boomerang, que se estrella contra mi pecho y lo hace explotar, hoy me has dicho, por primera vez en meses, que me quieres y que irte fue un error que esperas saber enmendar. Hoy, me has mirado a los ojos por primera vez en meses y me has acariciado la comisura de mis labios y has pretendido besarme. Hoy, por fin, te he mirado a la cara en meses, y las palabras se me agolpaban en la boca, luchando por salir, pero en vez de soltarte un magistral discurso, he enmudecido.
                Te juro que en cualquier momento de esos meses, hubiera dado cualquier parte de mí, para volver a verte, acariciarte, decirte que te quiero y que no te marchases, que aún podíamos luchar, que la vida juntos iba a merecer la pena. Te prometo que no ha habido ninguna noche que no haya pensado en ti, que no hay ni un solo momento en estos días en los que no haya llorado tu marcha. Te prometo que te quise, que te amé con todas mis fuerzas hasta quedarme loca.

Pero no sé con certeza que día dejé de hacerlo, no sé en qué momento, dejé de vernos juntos sentados en el porche con 50 años, ni en qué momento dejé de poner tus apellidos a mis hijos, ni a fantasear contigo viéndome en el altar. Ojalá supiese cuando la magia se agotó en mí y cuando todo se acabó. Pero te prometo, que hoy he visto tus ojos y no he sentido ganas de besarte, ni de decirte te quiero, ni siquiera de preguntarte un ¿Por qué? que durante tanto tiempo me torturó, hoy sé que ya no puedo seguir mintiéndome y obcecarme en ti. Hoy he de emprender sola mi vuelo y esta vez, ni siquiera, me da miedo el despegue. 

lunes, 14 de abril de 2014

Listen to me.

      


 Aún puedo oír tus gritos incesantes desde la cocina, aún puedo distinguir entre mil la palma de tus manos, y la versatilidad de tus oraciones, aún hoy, reconozco tu perfume y sigo luchando gracias a las esperanzas que cada día tú me das y detonan en mi pecho haciéndome cada vez más pequeña.
Aún hoy puedo sentir tus labios susurrándome al oído las promesas que ambos fingíamos que serían eternas,  oigo desvanecerse el mundo, pero poco me importa, porque ya no puedo aferrarme a tu pecho y prometerte que todo va a salir bien.
Aún hoy puedo observar cómo eliges tu camisa preferida y me juras que este trabajo será diferente, como te despides de mí, entre prisas y caricias, pidiéndome que te espere despierta, por si todo saliera mal.
Yo tenía pensado prepararte aquel plato que te gusta tanto, ese que siempre pides en nuestro aniversario y te resistes a que yo pruebe ni siquiera un trozo. Había planeado durante semanas cada segundo de ese día, para que fuese perfecto, para que cuando llegases a casa, sonrieses y me dijeses que me querías, y que no dudases ni un segundo en querer estar conmigo el resto del tiempo que nos quedase de vida.
Recuerdo oír cerrarse la puerta de un portazo tras tu último te quiero, y, como yo recogí el móvil del aparador del salón. Recuerdo chillar tu nombre en la ventana, y cómo parecías no oírme. Recuerdo que bajé de dos en dos las escaleras, pronunciándolo entre gritos y carcajadas. Recuerdo abrir la puerta del portal y verte subido en el coche mientras me sonreías.
Recuerdo cómo de repente, dejaste de hacerlo y comenzaste a gritar.
Recuerdo que no te oía y me burlaba de la brusquedad de tus brazos, agitándose sin cesar. Me acuerdo de cómo miré hacia atrás y vi el coche abalanzarse hacia mí, tan de repente. Y, entonces, cerré los ojos como en un suspiro y me abandoné.
Escucho todos los días la pesadez de tus piernas al entrar en la habitación, escucho, como prometes no dejarme sola y te culpas de cada decisión estúpida de ese día. Escucho como los médicos te dan esperanzas cada mañana, y, sin verte, puedo ver tu alegría y tu sonrisa. Siento tus besos cada día, y he aprendido a diferenciar los tuyos de entre los mil que cada semana percibo. Igual que un día aprendí a diferenciar tus caricias de las del resto de la gente.
Pero, hace meses que ya no te escucho entrar por la puerta, que no eres tú el que corre las cortinas cada vez que sale el sol, ni eres tú el que me acaricia, ni el que me promete que estará aquí cuando despierte, no sé dónde estás, y no puedo ir a buscarte.  Y quiero decirte que te quiero, que no he dejado de hacerlo nunca, y que nada fue culpa tuya, que nunca me hiciste daño, aunque te lo he echado en cara tantas veces, que posiblemente, no me creerás.
Y por encima de todo quiero darte un beso, de despedida, y prometerte que te cuidaré allá donde el viento me llevé (y te lleve), susurrarte que te cuides, que continúes peleando, como me enseñaste a hacerlo. Que te permitas quererla, sin culpabilidad, sin odiarte a ti mismo, ni al destino. Y me dejes partir, con la misma sonrisa que prometiste proteger y que jamás desvaneciste.