Aun siente el roce de su piel por la suya, sus violentos
movimientos se le han quedado sellados en la piel, se ahoga en el recuerdo. Los
ojos en blanco parecen ver de nuevo a su violador encima de ella, teme, gime,
chilla, rompe el silencio sin que nadie la auxilie.
Abrió la ventana porque el calor que hacía en su cuarto no
la dejaba dormir, cuando sintió su respiración en su oreja, pensó que por fin
soplaba el aire en la capital; entonces, él tapó su boca con su mano, mientras
con la otra la arrancó las bragas mientras se llevaba su inocencia y su
seguridad. Ella era veneno puro,
auntoconfianza, seguridad, valentía, el sufrimiento no la conocía, hasta aquella
noche, hasta aquel momento. Le susurró que si no chillaba todo sería mucho más fácil,
y ella cerró los ojos, trato de no hacer ruido, creía que así, si lo obviaba
nadie sabría nada, lloraba de inconsciencia, y cerraba los ojos para evitar ver
su sonrisa de satisfacción en su rostro. Cuando terminó, la dio un golpe en la
cara, partiéndola la nariz, agarró su cabeza y la golpeó contra el cabecero,
hasta que la sangre corrió por sus mejillas; le oyó reírse de satisfacción y de
orgullo. Levantó la cabeza y mientras le veía marcharse por la puerta, la brisa
entro de golpe en su auxilio cerrándola y arropándola entre sus brazos.
Ataviada con el pañuelo al cuello y los pantalones largos,
camina de su mano por las calles atestadas de gente; los policías comienzan a
desfilar delante de ella, mira al número tres a los ojos, con odio, rabia, una
mirada enmarcada en los recuerdos, deja sus ojos en blanco y permite que su
corazón vuelva a romperse mientras pronuncia un “tres” que la sabe a poco.
Suspira, no recupera nada de lo que le quito, su inocencia, su felicidad, su seguridad
sigue apresándola él. La sonríe, y ella vuelve a romperse en pedazos, deja de
respirar, abandona sus ojos en blanco y se desmaya presa de los recuerdos.
Tres semanas después siente su sudor sobre su piel, sus
manos se le han quedado marcadas en la epidermis por mucho que trate de
arrancarla, se siente sucia, siente que toda ella está cubierta por una capa
viscosa, sudorosa y asquerosa que no es de ella, la debilidad y la
desprotección la marcan. Sentada en la bañera contempla el techo de su cuarto,
lágrimas desgarran sus rojizos ojos, furia y rabia enmarcan sus palabras,
cruentas palabras que muestran la impiedad de los dioses, la música suena por
el cuarto, el goticismo de sus uñas refleja lo más oculto de su corazón. Cada
grieta de su interior lleva el nombre propio de su violador, se susurra que
ojalá la hubiese matado, y que la tachen de cobarde, que la da igual, quiere
dejar de ser valiente, abandonarse, morir. Introduce su cabeza en el fondo de
la bañera, deja de respirar…
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