viernes, 27 de febrero de 2015

Violeta


Entretejía con delicadeza las palabras, igual que entretejía los ovillos de lana, creando monólogos que abrigaban del intenso frío que producían las preguntas sin respuestas y las tristezas que se empañan en alcohol. Se había convertido en una experta en desgracias ajenas, pero siempre era demasiado pronto como para asumir las suyas propias. Y, por ello, se entretenía tejiendo a través de la ventana, esperando, con paciencia y quietud, el ajetreo de su insulsa existencia.
A veces, en medio del caos de vida que llevaba, dejaba resbalar una lágrima tímida por sus mejillas, que se evaporaba rápidamente gracias a la elevada temperatura de su hogar. Otras, sonreía con su sonrisa serena, recordando los viejos momentos, que atesoraba en el fondo de su corazón, allí donde tenía  prohibido rebuscar. Algunas tardes, cerraba los ojos y se quedaba dormida, aburrida ya de esperar, y, cuando despertaba, buscaba con sus grandes ojos, alguna novedad tras esas cuatro paredes de hormigón. Y volvía a caer rendida, presa del sueño y el hastío cuando comprobaba que todo seguía igual.
De pequeña odiaba tanto la rutina como las fresas, pero la vida la ha dado tantos revolcones, que ahora todas las noches, cena yogur de fresa, cerrando de este modo, un día parecido, igual que otros tantos que lo precedieron, pero que sin embargo, todos en sí mismos, son distintos. Porque las horas pasan, y los críos que juegan abajo en el parque, cada vez son más mayores-y gamberros-piensa. Pero aquel pensamiento se evapora en un minuto, como otros tantos.
Y ella se ha olvidado por qué odia las rosas y prefiere las violetas, y, también se ha olvidado de donde queda el supermercado más cercano, o de cuál es la cantidad exacta de harina para hacer unas croquetas. En el fondo, todos creen que se ha olvidado a sí misma, todos menos ella, que aún sigue tejiendo una bufanda cada invierno para cada uno de sus nietos, y que echa de menos las violetas que encontraba en el alféizar de la ventana, pero no recuerda la razón por la que estaban ahí, y no lo pregunta, porque cuando lo responden, se la olvida qué ha preguntado.
Últimamente sólo hace bufandas violetas, solo pide color violeta cuando, sus hijos la preguntan si necesita algo porque bajan a la calle. Ella, desde hace unos días, solo pregunta la hora y el día, y se limita a observar por la ventana, porque él se retrasa. Y no logra a comprender, por qué su hijo la sujeta la mano con la mirada pesarosa cuando contempla a la gente ir y venir, subir y bajar, vivir.
-Creo que mamá ha empeorado, la enfermera dice que ya solo utiliza el color morado y que solo mira por la ventana.
-Yo creo que deberíamos decírselo, Ana, mamá tiene derecho a saberlo.
-Mama no recuerda ni su nombre, si le dices que papa ha muerto, te va a pedir que le esperemos, que no podemos cenar sin papa.
-Pero al menos lo sabe
Ella mira las caras de tristeza y lee los labios, pero no logra comprender lo mucho o lo poco que las palabras que musitan, significan. Y, por un momento, la da rabia, porque ella trabajaba de los silencios, porque ella siempre ha sido mejor observadora de realidades, que costurera de acciones.
-Mama-musita aquel muchacho desde la entrada-Ana y yo, tenemos que decirte algo
Y ella piensa que se parece mucho a él, quizá sea su hermano, porque él es un poco más alto y tiene otra sonrisa, más grande, blanquecina y con hoyuelos.
-Papa no va a volver-continua, mientras ella busca la razón de por qué de aquel  pobre hombre no iba a volver, y, sin entender por completo el sentido de aquellas breves palabras, desliza la vista hacia el reloj del salón y continua con su bufanda.
Tres horas más tarde, se sienta en su mecedora y balancea su cuerpo de adelante para atrás, mientras espera que la enfermera la prepare su yogurt de fresa, y reza para que él venga antes a sacarla a bailar, como cuando eran jóvenes, y pretendían comerse el mundo de un bocado, aunque se quedasen sin aire.
Y de repente, los recuerdos se la amontonan, y su cerebro despierta una vez más.
-Te he comprado violetas, para que luego digas que no me acuerdo de nuestro aniversario.
-Es que no te acuerdas-Replicó
-No sé cómo lo haces, pero siempre te acuerdas de todo
-No creas, a veces, me olvido de ti, sobre todo cuando llegas una hora tarde a buscarme para salir a bailar.
Él río-Mentirosa, tú no te olvidas de nada
-Como me olvide yo, con la memoria que tú tienes, queda olvidado para siempre-Bromeó
-Mira que eres..., si yo me acuerdo de cosas, ves te he traído violetas porque odias las rosas, porque la última vez que te traje rosas te picaste con las espinas
Ella frunció el ceño-Hombre, no quitas las espinas, ¿Cómo quieres que sepa que las tienen?
Él sonríe y roza con la yema de los dedos sus mofletes-¿Pero ves? Ya solo te traigo violetas
Ella mira su sonrisa y se enamora, una vez más de ella-Fueron la flor que me regalaste cuando me dijiste que me querías
-Sabes… a veces creo que me he casado con una tía rarísima que…
-A la que quieres-Le interrumpió
-¿Si digo que te quiero, también vas a recordármelo dentro de unos meses?-
-Eso es, por eso me gustan las violetas-Musita-Espero que las traiga hoy, que es nuestro aniversario y me quiero ir a bailar

Y, tras un suspiro, sus recuerdos vuelven a desaparecer.

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